Cuántas veces, ¡y cuántas!, a mis puertas
el recuerdo llama insistentemente...
Y cuántas se me detiene en la mente
en tardes de amarillo-gris, inciertas,
en las tardes otoñadas,desiertas
-floridas tardes de ayer refulgente
en que un claro río, río bullente,
corría entre cañaverales de huertas-.
No cantan los pájaros en el huerto
ni corre suave murmullo de río,
tampoco la alegría al pecho mío.
De olvidos, de desengaños cubierto
está mi pecho interior -mar bravío-
y el alma no tiene furia de brío.
(salvador)