Había una vez una Dama Blanca
que me embelesaba
con su vestido de seda
y pulseras de filigrana.
Tenía sonrisa de estrella,
atemorizaba las sombras
cuando sonreía
y a la vez
sus ojos se convertían
en dos aves,
que graciosamente
volaban y se perdían
con los átomos azules
del firmamento.
Su sensual cuerpo
olía a jazmín
y a delicado pimpollo
de rosa carmín.
Su lenguaje era señorial
y moderado,
me había enamorado,
no de una mujer etérea
sino corpórea, bien real.
Nunca fue un cuento,
pero ella era una princesa
en mi castillo de viento...
Adolfo César (NAZARENO)