Maria L

Y después, amén.

Sonreías y yo te amaba,

te amaba como si tu boca

fuera la última vez

y yo tu diosa ilegítima,

tu noche irrevocable;

sonreías de lejos

y yo más sangre que nunca

sorteaba los huesos de cada día

hasta llegar a tu nombre de oro,

a tus manos de árbol manso.

Erase la vida,

vos sonreías como siempre

y yo me paseaba entre amores

infecundos,

y entonces te vi.

Me vestí de cruz

para que creyeras en mi abrazo,

me hice poesía

para que me tocaras

como se tocan las palabras:

a tientas

y con la punta del alma.

Era no se qué mes

de no se qué vida,

pero vos sonreías

y yo moría de ganas

de ser la muerte misma

para guardarte en mi seno

por los siglos de los siglos.

Y después, amén.