Déjame llorar en esta tarde peruana
de hermoso capulí, de sienes ojerosas;
deja que llore el niño por esta tarde vana
deja que lloren las rimas, también las prosas.
Porque tengo pesares que sienes dormitaron,
volver de engaños lúgrubes por la estéril probeta
prolífica del sexo que taurinos domaron;
¡ay! déjame llorando con esta pena escueta.
Es el vivir un hueso roto de un manco zurdo
que adiestrando sus horas gira en su seno absurdo
en alas trapecianas de su inmenso amaranto.
Y por eso deshora, Reina de la tristeza:
huye pronto de aquí, de las tristes vilezas
que va a saltos por el mundo llorando tanto.
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David John Morales Arriola