Cuando la suave música a mis oídos llega,
siento el loco fulgir de la llama del verso,
me lleno de emoción y el ardiente universo
el cariño del alma de su fuego me entrega.
El aroma sutil del encanto nos llena.
Un jardín de tristeza donde la poesía
nos da el toque final con su luz de armonía,
luz radiante y luciente con sus sombras de pena.
La tristeza infantil dulcemente despierta
y la música triste vuela al viento y palpita
en el alma dormida que parece estar muerta.
Pero la poesía sin sus sueños dormita
sonriente y dibuja sobre el alma desierta
flores blancas y el alma con el son resucita.
Marcos Hernández