SIEMBRA DE FUEGO
Por la larga cola del rayo en esplendor
me arrimo al destello níveo de tu cabellera.
Arco iris nacarado de fechas nocturnas,
reposo en la pureza de tus caderas
que progresan en tus pies de arcilla el vigor
de las raíces que entrelazan tu forma absoluta.
De sol y trigo soy, harina de molienda.
El fuego prepara mi cuerpo de pan
para el hambre de tu boca
y entre manantiales que riegan acequias
purpuras mi sangre es el sustento del vino
que tu sed de rosa abierta liba,
mis manos coronadas son la copa que te aguarda.
Unidos somos frutos ungidos en la dulzura de la higuera
y ascendemos los peldaños del amor que nos abrasa.
Tú y yo, árbol abierto por un relámpago de primavera
En la noche total del planeta
comprendemos el origen del idioma que abarca
la decisión de labios dilatados en acanaladuras de venas.
Límpida investidura del fuego que nos siembra.
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2- EL PESO DE LA ENTREGA
Un hombre tan gélido
no distingue sus dos caras
frente al espejo.
Lo carcome el ciego silencio que no cesa
de mirar por dentro
la dura indiferencia del salón vacío.
Precisa otros ojos antes que los suyos
para recuperar la mirada de facetas.
En el vértigo real del tiempo
el presente es el ahora donde se quiebra
su propio pedestal sumergido,
el bajel navega huracanes que atormentan
los trazos de la figura amorfa.
Impacta sobre su perfil cerrado
un proyectil partido en fragmentos.
Las variables del paso tortuoso
exudan inconclusos diálogos de amores furtivos.
En la senda de la fuga la débil sensación
no enfrenta el soslayo del vidrio que refleja carencias
la identidad compleja y en la pétrea inacción
halla la dignidad en molido pertrecho.
La rigidez del movimiento se fragua
al ociosos esqueleto estático y yerto.
Aséptico destila a borbotones alcoholes de indiferencia
y frío regresa su paso autómata como una lánguida sombra
que dejó en las calles cuellos de botellas.
El solitario habitáculo es oquedad de penas
cuando en la copa se derrumba el peso vencido de la entrega.
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