Aquel hombre mientras vio
no apartó su vista del cielo:
luna, luceros y nubes contempló
hasta que un día se quedó ciego.
.
Y cuando ya no veía,
silencioso, en noches serenas
sus brazos ansioso extendía
buscando luna y estrellas.
.
Con ojos de mirada vacía
levantaba su cabeza al cielo
porque el hombre presentía
cada noche sus destellos.
.
Y cuando aquel hombre murió
hubo un destello celestial
y una hermosa constelación
brillaba en su funeral.
.
La luna era su rostro
las nubes su blanco pelo,
y sus ojos no eran otros,
que dos brillantes luceros.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela