Del mástil donde las aves cuelgan sus nidos,
saturada de voces amadas,
construí mi casa.
De un color olvidado era mi casa,
y mientras yo agonizaba,
-así como una luz busca su presa-
busqué un bosquejo para habitarla,
y fue una botella echada al mar
o un lobo azul que esperaba:
él mi zarpazo, yo su herida.
(Cantores nocturnos venían a darme su infortunio
en mi estanque de palomas secretas.)
La mano mínima que ahora escondo
sabrá que los lobos se lanzan también de noche,
cuando los aullidos se acercan y no hay salvación,
ni siquiera
en el momento frágil de la duda:
el espacio entre la vida y la muerte.
G.C.
Direrc. Nac. del Derecho de autor