Se amontona la tristeza en los ojos
de mirar el alma de las cosas.
Me percato de la pared que, grumosa,
guarda mis secretos descoloridos.
Me mira el cuadro,
con los caballos al galope que nunca avanzan,
cuelga su huella polvorienta como un humus estancado;
sus grandes ojos quietos, siempre quietos,
acuchillan mi alma,
por no poder destensar ese nudo que aprieta.