Me han silbado los vientos,
y me han rasgaron las velas,
me desataron la flota
y las drizas de mis venas.
Me desangraron las ramas,
me derribaron los templos,
tiraron con mis castillos
en las fosas del silencio.
Si vos me habéis herido
sabiendo como os quiero,
¿por qué me habéis clavado
un cuchillo tan inmenso,
en mi solitaria espalda
y en el centro de mi pecho?
Ya no viven mis delicias,
ya no viven mis consuelos,
y aunque vivo sin vivir,
voy viviendo entre lamentos,
pero sigo siendo esclavo
de tus ojos hechiceros,
de tu boca de escarlata
de tus manos y tus dedos.