Las noches eternas de soledad,
De desvelo, congoja y agonía,
Tranquilizan mi febril ansiedad
Cuando arribas a mi cama vacía.
Y siento tu dulce cálido aliento,
Tus vigorosas manos y tus dedos,
Que cimbrean mi frágil ser con talento
Al hurgar sutil todos mis viñedos.
Se encienden crepitantes nuestros fuegos,
Hierve la sangre, se ciega la mente,
sucumbimos a nuestros empalagos
llegando al clímax instantáneamente.
D.R. Elizabeth Alejandra Castillo Martínez
Liaazhany