No quiero que te empapes con las gotas de lluvia. Recuerda que una vez (sin predecir el futuro) te mojaste tanto que tu ropa iba desapareciendo lenta, iba resbalando como huella en una roca. Tu boca te hizo una cascada para encubrir el camino manchado por el agua y describí mis besos sobre tus hombros como relampagos cautivos, puntiagudos para deslumbrar tu mirada y que vaciles al cerrar tus ojos en un deseo microbio al entrar en tus poros y así pellizcar tu sangre con mi saliva hirviendo secarte por dentro, cicatrizar tu aliento con mis dedos o hacer cualquier cosa para que no corras huyendo hacia la tormenta. En este lapso donde pensé esto decidiste quedarte, tomar un café y ver por mi ventana como las gotas morían escurriendose estrelladas una sobre la otra, sin parar. Ya pasan de las tres de la mañana.