Este mundo,
este carro destartalado y mustio,
con llantas plagadas de verrugas,
padece de psoriasis,
está enfermo.
Nosotros,
los humanos,
listos,
autoproclamados listos
pero irresponsables,
y aún más, insolidarios,
cada uno tirando hacia donde le viene en gana;
inmensamente influenciables,
siempre a la búsqueda de la verdad,
de nuestra única y exclusiva verdad,
la única,
la nuestra,
nuestra certeza absoluta.
Queremos cambiarlo,
a nuestra manera,
según nuestros propios intereses,
y se nos hunde.
Y poco a poco,
las esperanzas,
las pocas que nos quedan,
se van por el desagüe del inodoro.
Los buenos,
los malos,
los blancos y los negros,
los ricos y los pobres,
los ricos que desprecian a los pobres,
los pobres que odian a los ricos,
los bendecidos o no,
los que alardean de corazón y los que no lo tienen,
los que saben,
y los que dicen saber y que no saben
(imprescindible incluir aquí a toda la caterva de predicadores),
que presumen de vivos y están muertos,
los que se ofrecen,
los anti-todo,
los que piensan
o los que se fuman un puro.
Cada uno
con su propia letanía,
como el más listo,
imprescindible y/o predestinado,
el más inseguro,
seguro.
Y mientras tanto, el enfermo se muere,
sin despedirse,
se muere,
irremediablemente
se muere,
de verguenza.
©donaciano bueno