¿Qué quiere usted saber, señor psiquiatra?
Cuidaba de ese anciano tal si fuese
mi amigo, más aún; igual que huésped
cual de propia familia se tratara.
¡Ah, ya, ellos! ¿Qué sabrá la chusma ingrata
de puerta adentro, cuando noche cede
el paso a los demonios? ¡Mire, observe!
¿Qué ve? ¿Acaso un loco en su butaca?
Era inválido, ¡cierto! Me encargaba
de lavarlo a él a diario, componerle,
más darle de comer, cortar el césped
y en la silla de ruedas paseaba.
Simpático y atento en sus cumplidos,
con gracia saludaba amablemente
y todos lo querían por vecino
Mas llegando la noche, transformaba
su cara, convirtiendo vista en fuente
de fuego, que abrazaban lo que hubiese
delante ¡Él, fue él, sí! ¡Basta ya de cháchara!
¡Reía a carcajadas, poseído!
¡Bramaba enloquecido
lanzando espumarajos por la boca!
¡Tronaba mi cabeza al escuchar
sus terribles berridos!
La llama de sus ojos
prendió en la ropa de camilla,
se propagó por las cortinas
y ardió como una pira.
¡Él, fue él el responsable, y no otro!
¡Sólo él¡ ¿Cuánto tendré que repetirlo?
Pero no ha muerto, sigue ahí, esperando
cualquier leve descuido, sí, y caer
sobre mí. ¡Mire, está detrás de usted!
¡El muy cabrón! Sonriendo y acechando.
Cecilio Navarro 02/07/2015
Derechos de autor reservados
Comentario:
Narrado por el cuidador en primera persona, ojito a su evolución mental
La débil línea entre la locura y la cordura y la problemática de los cuidadores