En lo más alto del día,
cuando todo parece desvanecerse
eres que apareces con tu voz
para borrar en la arena la huella de mi paso solo,
y traes tus pies de besos para pisar conmigo, a mi lado y entonces
ya no estoy solo tu estás conmigo.
El miserable tiempo vacio se escapa de repente
y apoyada en mi brazo miramos arder la tarde,
y ese náufrago sin nombre que se llama olvido ha de buscar otro islote
lejos de nuestro mar que ahora tiene tu nombre,
que es un abjetivo de esperanzas nuevas con verbos recién
descubiertos para nuestras bocas.
Y entre tu cuerpo y mi cuerpo
crecen hondas ciudades,
que costruyen sus paisajes en el
borde infinito de tus ojos solares,
amparados por mi amor que te protege,
del salitre ancestral del viejo llanto.
Al alba oimos cantar un gallo,
que anuncia profecías que se están cumpliendo,
pues en cada anochecer,
juntos y enamorados, sin recelos,
abrimos nuestros cuerpos,
y en un festín de besos nos recibe la noche.