El reloj se muestra con porrazos de tradición.
La voz de los niños es ritmo de tiempo.
Todo se mueve, hay normas que nunca dejan
de moverse, de elevarse… Tabaco ardiente,
suicidio de vida eterna, rotura de fibras sensitivas,
consuelo con lloros, abecedario sin opción “B”,
soledad coherente que me lleva al lugar
donde el oráculo ya no es conocedor del porvenir.
Pieles rojas arrojan arenillas a mis ojos,
y mi ceguera supone un respiro para los hijos
embusteros de los hombres que ya no le tienen apego
a la Justicia. El tiempo pasa a golpes de inutilidad,
mi ego, mi esencia me retira la inspiración,
y enseguida se mueven las mareas que en su día
movieron mis arterias de poeta desarrapado.