Dejo transcurrir mis noches entre locos que buscan su pasado como quien sostiene un molino de piedra azotado por el viento.
El miedo grita mientras se agota entre los labios, y envejece.
No somos dioses. No somos dioses.
Apenas hombres que dudan al amar, y las preguntas caen como palabras que pasan cumpliendo plazos, escondidas en el desencanto de pertenecer a un idioma extraño.
Sé que el deseo contribuye a la muerte: como abrir un juego de espejos
y encontrar la imagen del viento, o los ruidos de las porcelanas al subir al cielo en la extraña luz que despiden las manzanas cuando son partidas.
La lluvia amanece y es el aniversario de la última gota que cae.
G.C.
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