Pasó el viento del norte,
quiso llevarme a las montañas,
pero mis palabras pesaban demasiado.
Al poco tiempo, un viento africano
intentó arrancar de mi una impostura,
pero es mi vida una maroma deshilachada.
El viendo del este y del oeste,
clamaban,
pero no entendía nada,
solo un crujir de corazones secretos.
Aquí me quedé, mirando el mar de poniente,
declamando con voz engolada,
los versos que nunca debí escribir.
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