Esta preciosa mujer de mano cándida
que recorre mi cuerpo,
tiene la luz de mil soles en los ojos
y el curruco sutil de la paloma.
A contraluz reflejan cara y pelo,
la vendimia fructífera en los dedos
y en las hebras acicaladas
refulge el trigo sustancioso.
Tiene labios de cielos azules
que besan mis frutos maduros,
con signos indescifrables eriza mis zonas
y a la piel con plata del aire roza.
En Lenta lluvia de diez gotas de agua
moja el alfeizar que cubre el esqueleto.
Es urdimbre de campanas y salmos
y su boca alba nada sabe de la nieve,
ni del calado vuelo repentino del zopilote.
Tal vez esta mujer es la que al lecho
uno a uno desgrana mis elotes,
porque su aliento a begonias reconozco
cuando el suspiro musita sobre los hombros
y la brisa repite su nombre cierto.
Alcanza mi tacto dígito
porque aún sin manos advertiría
los sinuosos meandros en la cintura
y el elixir de su savia recorriendo mis horizontes.
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