Desde este momento mío
fijo y abrazo los días
que frente a mí se presentan
plenos, inciertos,
llenos de promesas.
Tomo el devenir
con la terca firmeza
de mi juventud,
con la valentía dada
de mis experiencias.
El miedo a lo incierto
debe ser el combustible
de mi anhelo.
Las bellezas pasadas,
la promesa de las bellezas
futuras.
El deseo del mapamundi
y el bolsillo vacío,
la promesa del camino
y el ardid y la vivencia.
Qué noches, qué soles
que me esperan.
La vida rebosante
que yo no debo más que ir
y coger.
Las palabras, las lenguas
que aún no me han hablado.
La euforia y las caídas
que aún no me han forjado.
Los fríos y los calores,
los dientes y las lágrimas
que aún allá me esperan.
Los amores que aún no me perforan.
Qué inspiración que aún
no haya sentido.
Qué papeles y plumas
y soledad que fumar
y amar.
Y en algún rincón,
o en el centro de lo inesperado,
la idea, la esencia
por la que avanzo.
La comprensión, tardía y temprana,
de todo aquello:
La destrucción transformadora.
La verdad en el movimiento.