Paseábanse las horas por delante
de mi, en mi casa, cursaba el mes de enero,
mientras oía tronar. Y el aguacero
salpicaba por mi lado a cada instante.
La tarde era prieta, gris, cual un florero
en que las flores desnudas se marchitan;
los desagües berreando desgañitan
los gemidos repicando en el alero.
La oscuridad iva su alma guareciendo
bajo los tilos que en mi jardín pernoctan,
cual vientos rotos que gritan y rebotan
y contemplan al silencio envejeciendo.
Eran las ocho y parecían las doce,
las colinas expectantes, mortecinas,
se escondían por detrás de las neblinas
evitando en movimiento cualquier roce.
Finalmente el firmamento quedó en calma
y el cielo se echó a dormir al cielo raso,
los disturbios se subieron al parnaso
y el alma firmó al fin la paz ya con su alma.
©donaciano bueno
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