Una tarde en una esquina
de potrero y pedregullo
me encontraré muy contenta
al final de los caminos.
El cambio esperado,
el sonido de alguna
voz amiga.
El llanto querido
de hijos que uno abriga.
La voz de una doña
hablando al oído,
el perro y el canto
del pájaro solo
que vive enjaulado,
y un flaco desnudo
que busca el vacío
del cambio en el mundo
que llega despacio.
Y sin parar nunca,
ni por un momento
me atrapa y fascina,
me encuentra en la esquina,
en la tardecita
con casas cuadradas
de sol y tormenta,
calor y cortina,
con los arrumacos
de cantos perdidos
en las mañanitas
de voz con torcazas
cantándole al día,
y alguna sonrisa
recordando el tiempo
de vidas prolijas.
El azul del cielo
que trae recuerdos
los deja perdidos
yéndose a lo lejos
lleno de suspiros,
mientras dan comida
que voy a comer
con la carcajada
de encías vacías.
La burla aburrida
de amigos ausentes,
porque se me fueron
jugando a la mancha
y a las escondidas,
bailándole al tiempo
de cosas queridas
con ruido de viento
en las calles anchas
de polvo y aliento
mientras que las barro
dentro de mi pueblo.