Ahora sé que eres feliz,
que alguien cubre tus días,
y protege tus noches con la misma luz que fue infinita
mientras habitábamos nuestros confiados corazones.
Pero te quiero todavía como si la muerte hubiera herido tus ojos,
como si el mar te helara con espumas
y dejara soledad en la franca arena.
Sin embargo nadie, ni tú, conoce mi forma de amar:
amo con desespero,
amo con la inmediata angustia de perder.
Lo extraño, lo que siempre encuentro,
es un adiós inacabable,
como si pájaros temibles cantaran sólo en las auroras amargas,
como si el fiero dolor destruyera de súbito mi rostro.
Pero de pronto un dulce y temeroso perfume llega a envolverme.
Y veo tu cuello desnudo,
y tu cuerpo desnudo,
y entonces lloramos juntos...;
mientras,
sobre nosotros,
caen presurosos
los días.
G.C.
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