Pernocto en las suaves praderas de las calles sin destino, paseo entre los humildes canastos llenos de esos sabores que tanto extrañas, me cuido de las malas juntas y sobrevivo a los diarios ataques entre hermanos y me quedo:
A pesar del suave murmullo, mundialmente escuchado, a pesar de las calladas voces que gritan por justicia, a pesar de la sangre que hierve desde las entrañas de la tierra, a pesar de la tan prostituida soberanía de este pequeño terruño.
Me quedo, porque yo sin esta tierra muero, por qué late en lo más profundo de mi corazón, una esperanza de paz, por qué sé que este sufrimiento, un día, será chiste, por qué sé que al igual que todo lo malo, superaremos esta prueba.
Porque soy Salvadoreño y como el agua soy indetenible.
Soy el llanto de los niños que ven partir a sus padres, soy la emoción de locos, cantando el himno a todo pulmón, soy la saliva de la cual se llena la boca, al soñar con el mango verde y soy el más cercano, desde lejos, desde donde la alegría se pierde.
Soy el asiento vacío en la cena navideña, deseando probar esa salsa única que hace mi madre y reventar tantos cuetes como me sea posible, soy la añoranza de las tardes lluviosas, cuando con mis amiguitos de la cuadra jugaba “Mica” bajo el agua que caía de los techos.
En fin soy el amante de una tierra bendita de mujeres hermosas, frutas y mariscos frescos, donde todo está cerca, de las tan ansiadas pupusas, de mi familia y mi casa, mi país: El Pulgarcito de América…