Escuchaba dulcemente pasar el tiempo.
Mi mirada se perdía en el horizonte amplio de la serenidad dorada.
Había despertado a finales del otoño, sin haber vivido a plenitud la primavera ni el verano.
Saboreaba parco cada trago del vino tinto de mi pasado reciente, servido en la copa de cristal de mi vida.
Tu mano en la mía, dulce bálsamo que sana toda dolencia vivida.
Mi cabeza reclinada en tu pecho. Podía escuchar el compás sereno de tu corazón cansado.
Desterré de mí el pesimismo, la desilusión, la nostalgia.
Regué y aboné la ilusión, las ganas de luchar, el amar intenso, el vivir en plenitud.
Poco importaba la estación existencial que viva. Convencido estoy que una rosa también puede florecer en el invierno, en medio de la cálida nieve, desplegando su más fino y embriagador aroma.
Tu voz susurraba en mis oídos palabras de amor, arrancándome suspiros profundos de quieta paz.
Embriagado con el divino y dulce elixir me dormí en tus brazos con el deseo de no despertar, de estar contigo, en ti, para siempre.