La pobreza rondaba mi casa en aquellos tiempos,
a veces no teníamos que comer,
sé hoy en día lo que es compartir la riqueza
porque me recuerdo como compartía la pobreza.
El sonido de la máquina de coser,
las pedaladas de mi mama,
costuraba hasta tarde
porque hacía trabajos de costura
para alguna que otra cooperativa
que le daba para hacerlos en casa.
Y esa luz encendida del cuarto donde dormía,
que no era cuarto,
era como una antigua sala,
porque la chimenea estaba sellada,
e yo dormía en una cama pegada
de un pequeño mesón parte de la \"larera\",
la cual estaba llena de ropa doblada,
desde sabanas hasta la ropa de mis hermanos.
Chimenea que nunca la había visto encendida.
Ese cuarto era más que todo,
el cuarto de costura,
donde mi mama costuraba
y algún dinerito sacaba para la comida.
Mi cama se metía parte debajo del mesón de la “larera”,
casi siempre hacia frio allí,
yo sentía como alguna brisa entraba por la chimenea,
aunque los cartones la tapaban,
pero siempre sentía frio.
Solo el silbido del viento
y las pedaladas de mi mama,
e yo metido en la cama mirando ese bombillo que
alumbraba bastante sin parar,
y me concentraba hacia él,
lo veía fijamente,
tanto que hasta sentía su calor,
me acercaba como alguna mariposa
que se acerca y sube hacia el sol,
hasta que se le quema las alitas.
No podía dormir por esa luz que me encandilaba
y me hacía pensar en muchas cosas,
imaginaba tanto que ya no estaba allí,
todo daba vueltas
y me encontraba en un espacio infinito,
oscuro y frio,
azulado oscuro que daba vueltas sin parar,
iba y venía,
subía bastante y después bajaba,
cuando subía no escuchaba más el trabajo de mi mama,
pero si la brisa del viento que no cesaba de soplar.
Tenía hambre,
mucha hambre y quería dormir,
pero no decía nada,
porque sabía que no había nada que comer.
De pronto mi mama se levantaba
y el sonido de su máquina “SILVER” dejaba de sonar,
después de un rato,
aparecía ella con una tacita de algo para comer,
era tan sabroso, era lo mejor que había,
donde había sacado ella esa comida,
pero no decía nada,
solo me inclinaba y ella con una cucharía
y con mucho amor
me daba esa comida que solo una madre sabía hacer,
era una “asorda”,
una comida muy buena para mí,
y que siempre le daba a mi papa que siempre llegaba tarde
y borracho también.
Esa “asorda” tenía el sabor a huevo sancochado,
dos trocitos pequeños de pan dentro
e inflado por el agua caliente,
sal y “cigurelha”
que ella misma sacaba del pequeño jardín lleno de flores,
esas que ella siempre le gustaba tener.
Ahora ya podía dormir,
pues ya tenía mi barriga llena.