La luna de barro. El sol es una culebra que danza dentro de mi vientre antártico. Este pequeño silencio se ha mudado de mí y es una flecha que atraviesa mi propia garganta.
Se han dicho tantas palabras. Hemos caído - a conveniencia- en tantas trampas. Hemos quemado el crepúsculo con la lengua fría de la madrugada. Hemos visto que nuestras manos se hacen decrépitas sobre el sueño. Nuestros cuerpos son una masa que busca amoldarse a este corazón que ya no cree que la esperanza, pueda sostenerlo.
Se rompe. Se rompe, como una copa. Se rompe.
Palpita como si fuera una danza nocturna, frenética. Un ritual al tiempo. Su amor que reposa en un calabozo.
Somos dos hambrientos. Somos dos desterrados de los besos. Somos dos verdugos del deseo, que lamen la sombra de una boca que solo besan en el mismo puño, en el propio tacto, para mitigar el hambre de carne.
Somos, en palabras sencillas. Dos personas que siguen lejos.
Hemos coleccionado las heridas. Hemos hecho de las peleas, otra táctica para seguir amándonos. Hemos hecho de la propia imaginación, una enemiga. A veces te veo, deambulando en mis calles. A veces me ves, recostada en tu cama. A veces, somos viejos que se ignoran. Dos hermosos viejos, que en algun momento, se llamaban distancia.
Y es esto. Es esto, o lo otro. Lo otro que es un reflejo de mi rostro en la propia soledad. Elijo la soledad de vos, este paseo temporal, este pequeño desacuerdo de fronteras.
Te elijo...