El viejo pescador que hay en mí recoge lunas en las terrazas más iluminadas
por la cruel pobreza.
El abrazo llega demasiado tarde, cuando dicen que vendrán a salvarme,
como si los espacios fueran voces de colmenas, o desvaríos de una plegaria.
Yo buscaba un punto de apoyo recostado en la celebración,
un curioso golpear dentro de las nubes, un florecer en el fuego
hasta saber que los fuegos allí estaban.
Pero nadie volverá de la distancia:
todo será otra vez la súbita emboscada del comienzo.
G.C.
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