Este día se vistió de gris,
muchas nubes flotaban
empujando, navegando
en los mares de los cielos,
moviéndose entre las
ciudades de un lado hacia
el otro.
Me dirigía hacia mi trabajo
aligerando el paso, casi corría,
el viento frio me despabilaba,
me impulsaba dándome prisa,
como tratando de ganar
distancia de la tormenta,
parecía imposible.
Los nublos se remolineaban en
los cielos como tropel de corceles
veloces atropellándose entre sí,
por momentos mi piel y orejas se
erizaban al escuchar los vibrantes
estruendos, majestuosos truenos
se desprendían adornando de
fulgidos destellos a las gordas
nubes de oscuros vestidos.
Se desprendían relámpagos
deslumbrantes de cada esquina
bajo los cielos,
la lluvia corriendo golpeaba
puertas, abriendo ventanas,
de testigo había pasado a ser
protagonista de este asombroso
drama,
parecía no haber escape de tan
insólita tempestad…
las avenidas se tornaban en
verdaderos ríos,
la algarabía de la ciudad se
entrelazaba con los murmullos
de la lluvia,
eran una eufonía de resonancias
entremezcladas.
Cada sonido fluvial se
desplazaba buscando pareja
entre las corrientes de los aires,
al encontrarse
parecían tomarse de las manos,
expandiéndose sobre los cielos,
las aguas se amontonaban en
danzas ayudadas por los fuertes
vientos,
el ímpetu de los torrentes se
desbordaba en cascadas
acompañadas de misteriosas
sinfonías.
Cadencias estas que subían
intermitente luego bajaban de
nota, parecían corriendo sobre
escalones, deslizándose sobre
las sensibles teclas del inmenso
piano celeste, dejándose
escuchar por todos los
moradores de las metrópolis
aterrorizados del aluvión salvaje.
El estrepito de la intensa lluvia
bajaba de intensidad con el
menguar de su caída, luego en
un subir de tono la lluvia se
precipitaba con mayor fluidez
en caída frontal por los fuertes
ventarrones, creando notas que
sin algún instrumento musical
conocido los cielos ensayaban.
La tormenta ya casi feneciendo
con el atardecer del día se
acoplaba con los sonidos de la
ciudad, en galanteos, como de
viejos amigos en amores de
infancia,
el estruendo del bullicio de la
ciudad y la lluvia se sosegaban,
los cielos y la tierra reposaban
en paz.
Al salir del trabajo, rumbo a
casa observo la caída del día
deleitándome de tan confuso
y ahora muy afable día,
empapado, temblando de frío,
increíble epíteto repetidamente
me decía.
Solo en mi mente febril podría
haberse tejido semejante obra
de telones y de cielos abiertos
que aun no comprendía.
Mi perspicacia excitada en una
mente febril hacía esto posible,
debo de recordar que mi alma
y mi cuerpo en medio del temor
habían adquirido tenazmente
paz,
había sido terriblemente divertido,
pero mi alma aún en medio del
sosiego temblaba de tan inusual
suceso.
Las horas habían avanzado,
el día ataviado de gris había
oscurecido, la noche había
llegado.
Escuchaba el ulular del viento,
el sonido de las gotas de lluvia
al caer y el sonido del correr de
las aguas por las calzadas de las
calles, los arroyuelos llevando
hojarasca a los desaguaderos.
Caminábamos atravesando las
vías, saltando sobre los charcos
de agua formados por la lluvia,
los pobladores ya se movían
fuera de sus resguardos,
llenando las calles
de paraguas multicolores,
hacía mucho frio aun y nos envolvía
una brisa gélida que congelaba
hasta los huesos.
Aligerados en el andar,
pululábamos sobre las cuatro
esquinas de la ciudad
desplazándonos, el ruido de los
autos disminuía, La lluvia ya iba
menguando.
En casa el silencio de la noche
parecía envolverme en sábana
aterciopelada de bordados de
fantasía, estrellas y nubes.
El murmullo y el sonido de las
gotas de agua al caer me
arrullaban, aun sentía frío,
trataba de calentarme con unos
sorbos de café caliente
humeante, se sentía bien,
de esa manera yacía sentado
en mi silla preferida.
Desde allí observaba a través de
uno de mis balcones parte de la
calle y el jardín, además del
cielo,
también se avizoraban algunas
estrellas entre las nubes
esparcidas.
Reposado cerca de la chimenea
embelesado por el agradable
olor a madera,
meditaba en los recuerdos del
día,
paladeando de sorbo en sorbo
mi taza de café reía titiritiando a
la misma vez
diciendo que día mas hermoso
aunque de gris se haya vestido,
día de lluvia y de vida sin igual
a sido,
entre bostezo y bostezo repetía
empero que día mas hermoso ha
sido,
pero que día mas glorioso he
vivido…