Richard Polio

Mas que un dia de lluvia..

 

 

Este día se vistió de gris,

muchas nubes flotaban

empujando, navegando

en los mares de los cielos,

moviéndose entre las

ciudades de un lado hacia

el otro.

 

Me dirigía hacia mi trabajo

aligerando el paso, casi corría,

el viento frio me despabilaba,

me impulsaba dándome  prisa,

como tratando de ganar

distancia de la tormenta,

parecía imposible.

 

Los nublos se remolineaban en

los cielos como tropel de corceles

veloces atropellándose entre sí,

por momentos mi piel y orejas se

erizaban al escuchar los vibrantes

estruendos, majestuosos truenos

se desprendían adornando de

fulgidos destellos a las gordas

nubes de oscuros vestidos.

 

Se desprendían relámpagos

deslumbrantes de cada esquina

bajo los cielos,

la lluvia corriendo golpeaba

puertas, abriendo ventanas,

de testigo había pasado a ser

protagonista de este asombroso

drama,

parecía no haber escape de tan

insólita tempestad…

 

las avenidas se tornaban en

verdaderos ríos,

la algarabía de la ciudad se

entrelazaba con los murmullos

de la lluvia,

eran una eufonía de resonancias

entremezcladas.

 

Cada sonido fluvial se

desplazaba buscando pareja

entre las corrientes de los aires,                    

al encontrarse

parecían tomarse de las manos,

expandiéndose sobre los cielos,

las aguas se amontonaban en

danzas ayudadas por los fuertes

vientos,

el ímpetu de los torrentes se

desbordaba en cascadas

acompañadas de misteriosas

sinfonías.

 

Cadencias estas que subían

intermitente luego bajaban de

nota, parecían corriendo sobre

escalones, deslizándose sobre

las sensibles teclas del inmenso

piano celeste, dejándose

escuchar por todos los

moradores de las metrópolis

aterrorizados del aluvión salvaje.

 

El estrepito de la intensa lluvia

bajaba de intensidad con el

menguar de su caída, luego en

un subir de tono la lluvia se

precipitaba con mayor fluidez

en caída frontal por los fuertes

ventarrones, creando notas que

sin algún instrumento musical

conocido los cielos ensayaban.

 

La tormenta ya casi feneciendo

con el atardecer del día se

acoplaba con los sonidos de la

ciudad, en galanteos, como de

viejos amigos en amores de

infancia,

el estruendo del bullicio de la

ciudad y la lluvia se sosegaban,

los cielos y la tierra reposaban

en paz.

 

Al salir del trabajo, rumbo a

casa observo la caída del día

deleitándome de tan confuso

y ahora muy afable día,

empapado, temblando de frío,

increíble epíteto repetidamente

me decía.

 

Solo en mi mente febril podría

haberse tejido semejante obra

de telones y de cielos abiertos

que aun no comprendía.

 

Mi perspicacia excitada en una

mente febril hacía esto posible,

debo de recordar que mi alma

y mi cuerpo en medio del temor

habían adquirido tenazmente

paz,

había sido terriblemente divertido,

pero mi alma aún en medio del

sosiego temblaba  de tan inusual

suceso.

 

Las horas habían avanzado,

el día ataviado de gris había

oscurecido, la noche había

llegado.

 

Escuchaba el ulular del viento,

el sonido de las gotas de lluvia

al caer y el sonido del correr de

las aguas por las calzadas de las

calles, los arroyuelos llevando

hojarasca a los desaguaderos.

 

Caminábamos atravesando las

vías, saltando sobre los charcos

de agua formados por la lluvia,

los pobladores ya se movían

fuera de sus resguardos,

llenando las calles

de paraguas multicolores,

hacía mucho frio aun y nos envolvía

una brisa gélida que congelaba

hasta los huesos.

 

Aligerados en el andar,

pululábamos sobre las cuatro

esquinas de la ciudad

desplazándonos, el ruido de los

autos disminuía, La lluvia ya iba

menguando.

 

En casa el silencio de la noche

parecía envolverme en sábana

aterciopelada de bordados de

fantasía, estrellas y nubes.

 

El murmullo y el sonido de las

gotas de agua al caer me

arrullaban, aun sentía frío,

trataba de calentarme con unos

sorbos de café caliente

humeante, se sentía bien,

de esa manera yacía sentado

en mi silla preferida.

 

Desde allí observaba a través de

uno de mis balcones parte de la

calle y el jardín, además del

cielo,

también se avizoraban algunas

estrellas entre las nubes

esparcidas.

 

Reposado cerca de la chimenea

embelesado por el agradable

olor a madera,

meditaba en los recuerdos del

día,

paladeando de sorbo en sorbo

mi taza de café reía titiritiando a

la misma vez

diciendo que día mas hermoso

aunque de gris se haya vestido,

día de lluvia y de vida sin igual

a sido,

entre bostezo y bostezo repetía

empero que día mas hermoso ha

sido,

pero que día mas glorioso he

vivido…