¿Qué hace un poeta aficionado en la ciudad?
En qué intereses dedica su tiempo neutral.
¿Censa la gente, los parques, los eventos?
¿Presencia los hechos o fantasea el relato?
Acaso variará el sentido de sus poemas
si en la esquina viró al este o al oeste
o tomó rumbo al sur o al norte.
Tal cambio estético no es tan obvio
para este fervoroso poeta público.
El bar o la plaza son etapas conclusivas
en su muy practicada pausa diaria.
Épica y estética se adecuan a ambos sitios
como fuerte argumento de los paseos citadinos.
Una caminata barrial incontrolada
puede claudicar en una calle sin salida;
es como una idea mítica frustrada,
una incoherencia entre mente y asfalto.
El lírico es un metropolitano vocacional,
su poética exalta polución, paredes, cemento;
su ficción aguda perfora la furia urbana.
El estadio de fútbol es un monumento que honra.
Le impactan los ex humanos y los descartados,
reconoce que la sociedad entera les ha fallado.
La ciudad los ha derruido y depositado en la calle,
y aun advierte que la poesía tampoco los salvará.
Se encubre en el masivo anonimato popular,
las personas de a una no lo dinamizan.
El gentío optimiza sus sentidos y cubre sus fallas,
el paso veloz de la horda estimula su imaginación.
Aunque no existe método para ser sensible,
la historia alternativa puede surgir espontánea
en vivificantes subproductos simbólicos.
Y, mientras tanto, afina su ágil lápiz mentor.