En la mística flor de tu regazo,
he empapado mi labio en tu rocío,
y al surcar el torrente de tu río,
descubrí el paraíso de tu abrazo.
Al llegar tu fulgor hasta mi ocaso,
mis nieves se fundieron en tu estío;
los rayos de tu sol se hicieron míos,
y mis huellas se unieron a tus pasos.
Escribí con mi sangre como encausto,
versos de amor sobre tu piel dorada;
consagré en el altar de tu mirada,
mi corazón abierto en holocausto;
y rindió ante el empuje de mi espada,
su último bastión tu cuerpo exhausto...