Bastaba con decirle sin decirle
que la almohada se anegaba
hasta los sueños que no eran,
que las risas se fingían
con sobriedad y descaro,
que las rosas florecían
si el jardín no era improvisado,
que los besos se morían
sin antes haber alumbrado.
Bastaba con regalarle un silencio
que dijera \"Adiós\", no \"Hasta luego\",
y dejarle, enlazadas en la boca,
un centenar de canciones rotas
para cantar un duelo que no acaba de morir.
Cuando el coyote
no le canta a la luna,
duerme en su sombra.