Oculto tras una sonrisa disciplente se parapeta el presentido
final del día y de una luz de color de Aurora Boreal.
Una noche tan no deseada como inevitable se avecina.
No hay responsables, sólo un reloj que camina deprisa, madrugadas frías
y tardes desapacibles. Y un horizonte espeso, demasiado espeso.
¡Falso aroma de amistad! Tu voz halagaba mi oído cuando mi posibilidad
limaba tu aspereza. No existía la duda.
Hoy la ruleta gira en sentido opuesto. O tú enmudeciste o yo me quedé sordo.
Entre estación y estación el tren se fue quedando sin combustible,
su velocidad mermó y en la madera del vagón hizo fonda la carcoma.
Al final de la cuesta hay un túnel largo, larguísimo. Del color que suelen tener los túneles.
Camino estrecho y repleto de guijarros. Antes volé sobre ti. Si intento
evitarte ahora me pincho con las ortigas, si aflojo la marcha llego tarde, si corro me caigo.
¡Maldita sea! No estás hecho para artríticos ni arrugados.
El reloj de la torre da las tres con su martilleo lechoso.
Morfeo se ha empeñado en trasnochar. El muelle de mis párpados no se destensa
y yo no quiero soñar.
Pido disculpas, pues no son horas para molestar con ocurrencias.
Voy a mirar la cara de la luna.
A perderme en un nocturno Arco Iris de plata.
A maquillarme con otro nocturno, esta vez de Fréderic Chopin.
Viento de levante