No alcanzo su obstinado paso,
no puedo siquiera rozar con la punta de mi calzado,
el firme tacón de su esperanza.
No puedo, él marcha en silencio,
no ve su horizonte, no lo entiende, no lo conoce,
si acaso existe esa línea para liquidarlo.
Por eso el sol se escapa ante su comparecencia
y se desliza aprisa por el labio del cosmos,
para que la noche intente dilatar su paso,
pero esta muere con su singular abrazo.
¡Así es el tiempo!, absorbe, mata,
consume, ¡aviva la desesperanza!
¡Y ese clamor interno que no cesa!
¡No la hay, no la hay…
no hay forma de que se detenga!
Pero por eso se agitan las alas de las gaviotas,
que surcan con vigor las porciones azules
que prenden de las alturas,
por eso siempre habrá espacio para su vuelo
y oportunidad para su letanía.
¡Porque no hay agonía en la mirada del tiempo!
Y aunque nunca se detenga,
y absorba y hale mi destello,
Yo agradeceré su paso trepidante,
que me acerca más a lo eterno.