Nos bajamos en la estación \"Boulevard\" y emprendimos un largo camino húmedo. Todo olía a mar y ese aroma nos ensordecía más conforme bajábamos las escaleras, peldaños y bajaditas y zig zags todos bien acompañados de su fiel longevidad a la cual debían gran parte de su atractivo. Nos detuvimos un momento a medio camino y contemplamos el océano. Eran las 18 horas en un invierno limeño y todo empezaba a oscurecer mientras el sol tocaba nuestros rostros con sus últimos rayos y el viento se hacía partícipe tocando mis huesos y soplando de ella su parte suelta del cabello. Altitud cero. Recorrimos la costa por hora u hora y media hablando de la vida, de la muerte, del tiempo y también de una que otra huevada.