La luna candorosa
posaba sobre el trigal,
ella rogaba piedad,
él fue cruel,
redondeles de lujuria,
herían la noche,
gritos desesperados,
y miles de sordos ecos,
como un puñal,
penetró sus adentros,
una lágrima negra,
y sueños muertos,
roja sangre,
cual marchita rosa,
fue el testimonio,
de viles deseos,
más ella no sabía,
que por siempre,
y a su buen gusto,
él sería su dueño,
cosas de la vida
ruborizados dijeron,
hoy dos enamorados,
aman el hijo del trigal.
Víctor Bustos Solavagione