El apocalipsis llega
con su acento de burbuja,
disuelto en las radiaciones
y en la disnea que asusta;
entre los troncos dormidos
sobre la aridez profusa,
trocado en la gelatina
ennegreciendo la pluma,
con su exceso de exterminio
que la barbarie disfruta
y en una angustia viral
asomada a la tortura.