Yo que tatué tus manos en el árbol sereno que dá a mi casa,
y que de beber te dí por gotas
para que tu sed durara lo que el mar,
conservo para tí la nube parca y el temblante viento,
y las flores que derrochaban sus ansias
al ver el flujo de tus ojos celestes.
Investígame la boca
y hallarás
las marcas de los besos no dados.
Nada.
Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluvia
podrá decir
cuánto yo te he amado.
G.C.
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