Tiene un aire de geisha y unas cuantas amarguras de más, no sé de ella sino aquello que cuentan quienes dicen que vino en un barco holandés entre promesas fundidas y cubitos de hielo, que ahora mismo administra un burdel de cuatro cifras y no vende sonrisas porque tiene empeñados los parpados y nombre de santa calvinista. Ella sabe que miente su perfume y que la calle es un rito de espuelas, ella sabe que Manet retrataba mujeres con sombrilla porque nunca vivió en los arrabales ni abrazó pechos republicanos y por eso no se siente obligada a deshacer un equívoco en que no tuvo parte y practica las doctrinas que otros le impusieron, ella sólo consiente que allí lleguen los hombres como hienas autóctonas, que coman y defequen, que forniquen y coman y defequen mientras tengan ojos de cartón piedra y no naufraguen sujetos a su ombligo. Lo demás, todo es nimio, ya no habita la pobreza en sus muslos, ya no huele a soldados cismáticos su sexo y las fotos que guarda en su mesilla de noche están selladas con goma de mascar.