Contigo se andaba en pecado, pues a la
altura de tu lomo bien se ha podido observar
la pequeñez de los dioses; ganas de blasfemar.
Había terremoto en tu seguro pisar, aprendiste
hacer el caos con tus cascos color de ocre
entre el lodo y las cañadas.
Espalda al cielo, ojos tristes, resuello de tormentas;
si hubieses tenido alas, sin duda serías dragón.
Así, como yerba tierna devorábamos
las leguas; el niño de doña Estela se crecía
sobre la bestia y espantaba las comarcas
tras el ruido de sus pasos. Sonreías por el
freno y te espantaba mi mano, esparciéndole
a los perros el sudor del día completo.
Una buena mañana ya no quisiste trotar,
no te espantaba mi mano ni masticabas el freno.
Se alejaron las comarcas, al perder mis cuatro
patas; volví a respetar el lodo, cuando no tuve
tu lomo; y triste anteayer decía, buscando
una explicación: Será que a mi burro un
día lo mató una pesadilla?