Por favor:
mándame una carta donde digas que soy bello.
Donde pongas en blanco sobre negro que también soy bueno,
y que tu amor es de hierro. Que no me abandonarás en el invierno,
o cuando seamos sonámbulos frente al cristal de la ventana
buscando la brisa para que haga otros de nosotros.
Porque he llegado a mi límite,
y cada día por mi bolsillo pierdo las monedas obscuras,
aquellas que nunca obtuve o que no me concedió la gracia.
Escríbeme
diciendo que no sólo me amaste brevemente esa noche,
sino que estoy en tu recuerdo,
y tu recuerdo se hará añicos frente a la realidad cuando vuelvas a verme.
Y que volverás a despertarme una noche en la ciudad de nuestras dejadas venas, y nadie
se atreverá a dar una sentencia, ni siquiera rezagada, porque tú me has escrito una
carta que tengo conmigo, y que ahora, en tanto escribo este poema, abro lentamente, y leo.
G.C.
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