El enfado se marchita
donde la presencia macabra
de tus ojos pérfidos
se envuelven en dulzura
y acongojan mi alma,
ya repleta de tristeza,
ya constante en los lamentos.
El enfado se reaviva
cuando el brillo maldito
de tu sonrisa magna
se entinta de oscuridad
y mancha mi ser,
ya angustiado y dolido,
ya perfectamente odiado
por mí mismo.