Las luces de neón que resoplan
en tus venas de intervalos pecaminosos
alumbran las travesías del abandono.
La calma que no disfrutamos
se mide en días resignados, sin dinamita.
La voz de tus pestañas es demasiado atrevida
como para dedicarle un poema de amor
o una melodía diluida en ácido sulfúrico.
Hay soledades en las que a medianoche paseo
por las rutas sanguinolentas
de esta urbe de acero, cemento latente
y estiércol metódico.
Caminar procurando un sentido al sinsentido,
habitando en mí mismo por falta de “TI”
o por falta de un mañana menos ornamental.
Hay noches en las que el canto de las sirenas
no me enloquece tanto como yo quisiera
enloquecer.
Mientras tanto, las luces de neón
avivan los subterfugios donde nací y dormí,
terrenos indóciles donde falleceré
pidiendo “guerra”.