Izandro

El Día en que Tú Volvieras

 

Tus labios que ahora son míos,

Tuvieron, una historia de caricias ajenas,

Y las frases de ellos esgrimidos,

Cantaron ya, antiguas melodías.

 

No tengo un báculo,

Ni balanza de juez en mi corazón,

Solo tengo tu tiempo, el que me dieras,

Y de el, las dulces rimas de tu pasión.

 

Anudaste hinojos en tierras extrañas,

Y recogiste dalias de sembríos ajenos,

Pero los pétalos, de tu flor que hoy en mi pecho llevo,

Perfuman mi vida, sin importar, si no te tengo.

 

Las puertas de esta que es tu casa,

Y las ventanas que con tu luz tú entreabrieras,

Se quedaran siempre cerradas,

Como mi corazón se queda, en mi dulce espera.

 

No me importa que vestido lleves,

Ni que pañuelo cubra tu cara,

Solo importa saber si es que tú vuelves,

Para abrigarte en mí pecho con mudas palabras.

 

Las huellas de tu amor,

Que en esta casa anidan,

La dulce música que siempre escuchabas,

La fragua perpetua que a este amor aviva,

Y la tibia cama en que tú durmieras,

Palabras escritas sobre la mesa,

Donde marcabas el día en que tu volvieras,

Doliente nocturno que en mi alma pesa,

Al darme cuenta, que el tiempo perdiera,

Perdiera amores,

Perdiera palabras,

Perdiera caricias,

Con las que tú soñabas.

 

No me importa como vuelvas,

Si tus manos ya no son tersas,

Poco importan ya las huellas,

Ni las tiras de tu ropa, hecha de seda.

Ya no importa si estas triste,

Y si tu sonrisa esta apagada,

Aquí, en la cobija de mis brazos,

Hallarás amor,

Y suficiente espacio.

 

Tus labios que aún siendo míos,

Dejaron dulzura en otros vasos,

Tus manos que aun siendo mías,

Tocaron violines,

Sin marcar pasos,

Tú… y el dulce rumor de tu mirada triste,

Y el tibio aliento de tu sonrisa,

Se perderán en laberintos grises,

Si a esta tu casa, tú no volvieras.

 

No me importa si es que te fuiste,

Te amo indolente de toda pena,

Y sin perdón que merecerte,

Te abrazaré, aquí en tu casa en luna llena.