El invierno palpita en las hojas de mi lengua
y congela el árbol central de mi poesía.
Su alcázar inspira y también arredra.
Es de dios la lisonja y también su ira.
Escribía el cuento circular de mi adolescencia
bajo el canto salpicado de las aves friolentas,
y entonces descubrí la nieve tímida
del sótano de mi alma y fui su víctima.
Al invierno debo el semblante de mis cuentos
y las interrogaciones vitales de mi huella,
en invierno extravío mi furia y me encuentro
en la encrucijada espiral de algún poema.
Por eso soy del frìo un frágil reo,
y deslizo mi voz por sus espejos
hasta ver el rostro, sin hipocresías,
del ser contradictorio que me habita...