Iracundos mis ojos
se exaltan entre sollozos,
titilantes de rabia,
como piedras incandescentes,
tan llenos de palabras
profieren lamentos
que se escurren a mis labios,
dejando el alma marchita
y el corazón lleno
de veneno desbordante.
Brota en las venas el odio
se hincha la sangre,
mis ojos desafiantes,
enclavan mirada,
rencilla entre amores
en pleno duelo de muerte.
Mi semblante irascible
dirá que te extraña tanto
y en sigilo mi alma febril
cual serpiente, se arrastra en pena.
Se descolla el silencio,
se escucha un suspiro triste,
por sumisión me callo
y en el vasto imperio de lamentaciones
el rencor excede al corazón
hasta sus rincones.
Respiros exaltados revuelan
y se agitan altivos sollozos,
batallas entre amor y odio
prestos contendientes,
más próximos, más nítidos
en el espacio donde viven.
El reflejo de una lágrima vacilante
alertó mi impulso del instinto vengativo,
enarboló mi puño fulminante
y lo descargó fuerte y lascivo,
desprovisto de cuidado
el manotazo impreciso
pero certero e impetuoso,
un azote a la conciencia.