Alexander J. Montero

Tifón

Pequeñas nubes grises se arrastran en su flote a ras de tu piel

mientras duermes, luego se condensan en tus poros nectariferos 

y llueven, pronto al tocarlos comienzan a llover.

 

Entonces se humedece tu piel que toma su color

en un tono mojado, ese tono que te regala algo divino

y en ella se resbala todo lo que desease sentirte a ras de mano. 

 

Luego la calidez de tu cuerpo levanta las gaseosas almas del llanto

y las nubes vuelven a nacer, esta vez con algo tuyo en ellas flotando

y emigran a mis sueños directo a la resequedad de mis desiertos. 

 

Llueves, toda la noche me llueves, renacen los pastos y las flores,

la sonrisa en mi boca y las aves de mi mente, todo se mueve

inventando praderas que en colores hierven. 

 

Entonces se hace inevitable la tormenta, las nubes son tantas

que se conglomeran reventando dentro de ellas las luces que existir no pueden,

como si dentro suyo los ángles se revelaran unos con otros en batalla. 

 

algunos, los nuestros caen del cielo en forma de rayo

que golpea y quema mi mente en un estruendo que dice tu nombre.

Abro los ojos y me entero que aun vivo sin tenerte.