La mañana confluye al desamparo, quizás;
clamor del alma huérfana
gritos silenciosos al precipicio dorado de la nada,
súplicas a los umbrales del no ser.
Pero si me sumerjo en tu mirada de antaño, prodigio inmerecido,
la mañana transmuta a la luz genuina de un candelabro santo.
Podría no nombrarte, exquisito paradigma de amor,
y aún asi abstraerme de este conjugado espacio tiempo
y llevarte lejana a la paz de otro tiempo.
El aire enrarecido, maniatado
se llena, probeta imaginaria, de tu sutil ausencia,
y te encuentro plena en la química improbable
de mis sensibles evocaciones.
Eres real pero no habitas mi universo
por un impredecible y anónimo conjuro
que escapa a mis conceptos
aún así, mi cuerpo es permeable a tu conjuro.
Y con mi memoria te voy corporeizando
para que permanezcas absoluta
en la impalpable densidad de mi amor.
Eres Magna, Diosa, Todo
y yo, solo te amo.