Miré a ese cristal roto que de vez en cuando
revela la putrefacción de mi alma,
me me encontré con unos profundos ojos negros
tan oscuros cómo la niebla
que invade tu rostro inmaculado
cada vez que revelas una sonrisa fugaz.
Pude ver allí el fuego yaciente en mis entrañas,
ese, que ha quemado larvas
que no alcanzaron a ser mariposas
y que ahora no son más que ceniza, polvo, NADA.
Esa nada de la que hacemos parte tú y yo
esa nada infinita que nos envuelve,
que nos ahoga, que nos mata lenta y violentamente...
Y sigo observando aquel vidrio
que se quiebra sin quebrarse, que me mira sin mirarme,
que me asfixia con el horrendo olor a soledad
de tu imagen tallada en mi mente
con cincel de sangre.