Bartolomeo, Bartolomeo ¿dónde estás que no te veo? decían los chicos del vecindario, y él contestaba medio dormido: “Buscando las estrellas que se han perdido”.
Cuentan que Bartolomeo era un niño de seis años y como ya había aprendido a sumar, tenía la manía de hacerlo con todo lo que estuviera al alcance de su vista, y aunque su maestra Leonilda le explicaba con peras y manzanas cómo se sumaba, él prefería sumar contando estrellas. Claro que eran muchas y casi siempre perdía la cuenta, pero se sentía feliz de saber que algún día podría saber el número exacto de estrellas en el cielo.
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Bartolomeo al sumar las estrellas fue notando que cada día había menos, y como también había aprendido a restar, estaba muy entusiasmado en sus operaciones matemáticas de sumas y restas en el cielo estrellado.
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Un día le surgió la pregunta ¿por qué hay menos estrellas si ellas estaban tan altas y nadie podía tocarlas ni mucho menos tomarlas? Luego él mismo se daba sus propias explicaciones: “sé que las estrellas están como pegadas al cielo, así que es posible que se caigan; bueno, al menos nunca había visto una que se hubiese caído, así que la razón de que hubieran menos estrellas era otra y él tenía la firme tarea de descubrirla.
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Pensó en el viento que las desplazaba de un lado a otro y las alejara de su vista, pero luego se dijo para sí: “ no, no, el viento no sopla tan alto, él jamás llegaría hasta allá, así que la razón no es esa”.
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Pensó en las aves que volaban alto y que al ver las estrellas las confundieran con alpiste y se las comieran sin darse cuenta que son estrellas. “No, no – volvía a repetirse, las aves no vuelan tan alto, ni las estrellas son tan pequeñas, ellas se ven pequeñas desde aquí, pero yo sé que son grandes, hasta más grande que un barco o que un avión, quizá más grande que un elefante. Tendré que seguir buscando”.
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“Ah ya sé, es que ellas después de tanto brillar se apagan como las estrellas de bengala que encendemos en navidad” se dijo, pero luego pensando de nuevo dijo: “ah, pero si fuera así se apagarían todas, porque todas brillan al mismo tiempo, y eso no es verdad, siempre faltan algunas, sólo algunas, no todas. Así que tendré que seguir investigando para ver por qué hay menos estrellas en el cielo”
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Cada noche Bartolomeo intentaba dar respuesta a su pregunta, siempre hallaba una respuesta que finalmente desechaba porque no veía suficientes razones para pensar que esa era la razón.
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Así pasó el tiempo, hasta que una noche de luna en menguante Bartolomeo encontró por fin la razón de por qué había menos estrellas en el cielo. “¡Es la luna! sí, es la luna” luego siguió pensando: “cuando está en luna llena o en cuarto creciente no come estrellas porque está llena, pero cuando está en cuarto menguante se las va comiendo para llenarse de estrellas. Eso explica por qué la luna cuando está redonda brilla más, ¡ah claro, no va a brillar si está llena de todas las estrellas que se comió!”
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Bartolomeo, Bartolomeo ¿dónde estás que no te veo? decían los chicos del vecindario, y él contestaba muy feliz: ¡Ya lo descubrí, ya lo descubrí!
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Y así Bartolomeo dio por terminada su tarea de por qué había menos estrellas en el cielo, pero al saber la respuesta no se preocupó más por eso y durmió tranquilo cada noche, al fin y al cabo las estrellas igual brillaban, ya no en el cielo sino en la barriga de la luna que se las había comido.
FIN
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela